Supongo que hay que hacer un pequeño esfuerzo para que una persona normal sienta mi situación en esos momentos.
Voy en un autobús –de los antiguos- de Cádiz al gran teatro Falla porque Volvoreta se las ha apañado para sacarme una entrada y yo no sé… si ella lo dice…
Ahí voy. Bajo la muralla de San Carlos se monta una trifulca. Dos marías se enfrascan y en el habitáculo (que era una especie de batidora llena de pringue) emerge un hedor pescadero como sólo los costeros sabemos.
La más joven, un poco enfadada, le dijo a la otra que le ponía el pescado por sombrero.
Eso hizo.
Yo, después de todo, soñaba con la guitarra. Con ese jaleo y olor a pescado y gasoil, los gritos tontos, la simplicidad de la existencia humana (ahí pensé que si fuéramos gatos nos iría mejor), no quería más que bajarme como fuera.
Siempre le agradeceré esos follones a esa hada liante anfitriona de este jardín.
En Cádiz, hagas lo que hagas en el Falla, el público, carnavalero a más no poder, y tras tomarse un trabajito en arreglarse para ir al teatro acepta lo que haga falta.
Al público de Cádiz le debo el favor de que Don Narciso Yepes regalara una pieza fuera de repertorio. Una cosa rara de por allá. De gente lejana. Na´ que ver con nosotros. De esas joyas que no se graban más que en la memoria de alguno. Las cosas del Yepes; con lo chiquito que era, lo bien que rescataba.
Hartito de las ganas de juerga de los finos gaditanos tocó una “marcha irlandesa del siglo XII”. A ver si se aburría el personal (como así ocurrió).
Creo que sólo disfrutamos dos con el bis.
La marcha de Brian Boru. Muy antigua y simple y muy humana.
(Mis respetos a la Volvoreta liante d´aliñas douradas).